domingo, 24 de octubre de 2004

MURPHY Y SU LEY

Nos equivocamos, inevitablemente nos equivocamos. Vamos siempre de cabeza hacia aquello que nos hace daño. Al menos yo.
En mi carga genética debo de tener un gen específico para complicarme la vida.
Es una especie de radar; yo no tropiezo dos veces con la misma piedra, no. Directamente me busco la piedra y me la pongo en frente yo solita.
Si algo no se plantea por improbable, en mi caso es lo primero a tener en cuenta.
Que espero una llamada de trabajo importantísima?, nada… una misteriosa onda paranormal me deja sin cobertura donde siempre la tengo.
Que me duermo en los laureles y llego tarde al trabajo?... de pronto se enciende la reserva y tengo que repostar para luego meterme en un atasco de madres y verme rodeada por un rebaño de cabras en plena rotonda. Como os lo cuento.
Si salgo el fin de semana, últimamente ya no se ni lo que es eso, me sale un grano monumental en plena barbilla, me baja la regla y mi barriga se hincha que ni entra en mi pantalón. Vamos, divina de la muerte.
Por fin me animo a moverme un poco, el sillin-bol me está matando y justo cuando me calzo las deportivas… el diluvio, caen chuzos de punta. Como para coger una zodiac en vez de correr.
Tengo la cita más importante de mi vida en breve y el cielo amaga tormenta, como si fuera a quebrarse en mil partes y no quedara nube donde soñar.
¿Será posible que otra vez la puñetera ley me haga jaque mate?
Tengo el día “Calimero” (personaje de dibujos animados que representa la autocompasión) y detesto sentirme así.
Y es que hoy tengo la impresión de que mi tostada siempre cae del lado de la mantequilla y empiezo a odiar a Murphy.




Rescatado de mi blog en ya.com

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