Pues este capítulo de mi singularísima familia me lo debo dedicar a mí misma. Y es que yo también soy para darme de comer a parte. A los mal pensados aclararles que las siglas del título no son un acrónimo de Hewlett-Packard. Tampoco significan “Hijo de Puta”; aun que bien pensado se acercaría más a esto segundo. No, directamente expresan una condena vitalicia; la HiPoteca. Me acabo de comprar un piso. Yo le llamo “la Mansión de los Plaff” porque es enorme (o a mi me lo parece). Llevaba exactamente veinte minutos buscando casa cuando di con él y ya en la puerta decidí que era el lugar donde quería vivir. Muy en mi estilo; me abro la cuenta vivienda en enero y sin tener un duro ahorrado (soantigua, que ahora son euros) en Mayo me entran las prisas y ni me lo pienso. Luego la cosa se complicó un poco y tardé más de dos meses en conseguirlo. Pero ya es mío… mejor dicho, es del banco, y mi cuerpo serrano también. Vamos que he entrado de lleno en esa logia vox populi llamada “los hipotecados”. Me vestí con su túnica gris, adopté su hábito ascético y acomodé mis biorritmos a la falta de sueño y a las digestiones biliosas. De repente hablo en una jerga críptica y uso términos como euribor , IPC e interés fijo o variable. Me temo que por obra y gracia de una Caja de Ahorros me he convertido en la versión cutre de Santa Teresa de Jesús y vivo sin vivir en mi pensando en la puñetera hipoteca. Y como me descuide y no pague, viviré sin vivir en él ( en el piso, en mi Mansión de los Plaff).
Bebes a sorbos lentos el licor de mi desdicha. Canta conmigo hermano, arrastra por mi cuerpo esa voz quebrada con tintes de tequila y olvida. Olvida esta vida absurda servida en vaso ajado. Barato es el olvido y muy cara la memoria. No pagues lo que no vale la pena. Basten lágrimas sin valor, las secas no cotizan. Bebe, huye y olvida.
He visto a Kamel romperse cuando hemos prorrumpido en aplausos para despedir el féretro de Samira. Como si llevara el peso del mundo encima, sus hombros se han hundido, su cabeza se ha inclinado y ha detenido el paso. Su esposa Rosario ha sido su apoyo de nuevo. Una pequeña mujer con toda la fuerza de una madre. Les vi llorar. Les vi agradecer el cariño de cuantos estábamos allí. Justo cuando me acerqué a presentar mis respetos, llamaron a Kamel. Rosario perdía las fuerzas. Él no me ha soltado la mano. Cuánta generosidad en esta familia. Qué injusto este dolor. No puedo seguir. Si deseáis manifestar vuestro pésame, por favor hacedlo aquí