Normalmente convivo con gente que respira. Pero a veces me visitan fantasmas del pasado.
Y no es que me moleste, soy una persona muy hospitalaria. Pero me aturden, sobre todo cuando coinciden varios y empiezan a discutir. Arman un ruido insoportable, difícil de describir. Yo me quedo callada y observo cómo el tiempo y la muerte no les ha cambiado en absoluto. Si acaso, les ha perfilado en sus miserias. Siguen invadiendo un espacio que no es suyo, paseándose por mi salón como si fuera su casa. Todos opinan, todos creen tener derecho a decidir. Miro el reloj y sonrío. Porque eso es algo que ellos no tienen; Tiempo. Lo agotaron intentando dirigir mis pasos y aun no entienden que ya no es así. Les oigo enzarzarse entre ellos, como alimañas disputando una presa. El perverso intenta dominar a la amargada, la injusta calumnia al cruel, el egoísta agrede a la miserable. Abro la puerta y respiro. Vuelvo a sonreír; yo estoy viva, aun tengo la capacidad de vivir mi vida como yo elija. Y eso es algo que ellos no cambiarán ni con todo el ruido del mundo.
Se vistió de maruja y me borró las arrugas de llanto a golpe de plancha. Hizo la colada con mis problemas y congeló mis penas en tuperwares. Ahora la tengo en la cocina trajinando, a ver en qué guiso me mete. Estás loca hermana, tal vez por eso te quiero tanto.
Aprenderos esta pregunta de memoria porque no será la primera vez que la oigáis. Acostumbrada desde mi más tierna infancia a convivir con la especie Machus Peloenpechus, tuve que rehacer mis esquemas con la aparición de un nuevo Homínido rompedor; El Metrosexual. De repente, la comodidad no justificaba la falta de aseo, el descuido ni los olores corporales "auténticos". Ver a estos ejemplares, pulidos como un pincel, haciendo cola como una servidora en las tiendas de marca, frente a los stands de perfumería o preguntando al farmacéutico por tal o cual crema reafirmante, era algo que superaba con mucho mis más oscuros deseos. Reconozco que siempre me han atraído los hombres de aspecto cuidado. Un traje bien puesto, unos vaqueros llevados con estilo, una americana casual loock, me hacen voltear la cabeza con más frecuencia que un cuerpo perfecto en un chándal desaliñado. Pero este mundo no es perfecto, ya se sabe, y los problemas llegaron. Ellos tardaban más que yo en el baño, se miraban al espejo de la entrada cuando venían a recogerme en vez de mirarme a mí y sus platos en el restaurante eran más light que los míos. Mi ramalazo Fémina Coquetus salió a la palestra sintiendo invadido su coto privado y de repente empezaron a molestarme tanto detalle y estilismo. Tal vez exagero pero pienso que con tanto cuidado de la Forma se estaba perdiendo algo de Fondo. Y cuando ya pensaba que la evolución del Homus había tocado techo, aparece como champiñón en bosque un nuevo espécimen; el Übersexual. Muerta me he quedado. El prefijo “Über”, de origen alemán, significa muy o mucho, y supone una vuelta a la masculinidad (por favor, que alguien defina el término porque yo me estoy perdiendo). Cuidarse sin excesos, tener aspecto masculino con estilo propio y seguridad en sí mismos sin caer en el narcisismo, son las marcas de fábrica de este “nuevo hombre”. Yo ya no se si esto es evolución o involución, si realmente es algo nuevo o simplemente reinventan tendencias. Lo que tengo claro chicos, es que estaré bien atenta.
Mirando a mi alrededor, al mundo en general me refiero, me doy cuenta de que no soy más que una tormenta en un vaso de agua.
Poco importan mis violentas mareas frente a tanto sin sentido. Pero qué le voy a hacer; sólo soy eso, una gota en medio de tremendo océano. Aun así no dejo de sufrir mis propias corrientes internas, que me llevan y me traen como a una muñeca de trapo. ¿Alguna vez te has sentido como una hoja muerta flotando en un río? Expuesta al capricho de las aguas, tropezando con rocas de presencia arbitraria, hundida por el simple capricho de una mano. Qué difícil me resulta navegar este estado.
Cerró sus ojos con fuerza y tiró la moneda al agua. La más grande. Por alguna razón pensó que si escogía la de mayor valor tendría derecho a pedir algo realmente grandioso. Pero fue incapaz. Eran tantos los sueños que tenía por cumplir que no pudo elegir uno. Miró su moneda en el fondo, guiñándole con destellos en el agua como burlas divertidas. La decepción se leía en su carita infantil, pero fue un instante fugaz, tan pequeño como ella. Cogió su bicicleta destartalada y se fue sonriendo, con las rodillas sucias y la mirada limpia, pensando en el domingo siguiente. Entonces sí, cuando tuviera su “paga”, volvería a la fuente y para entonces ya habría elegido un deseo. Pasaron los años, y estos se llevaron sus sueños y le trajeron monedas.
Hoy las cambiaría todas por poder cerrar los ojos de nuevo y recuperar una sola ilusión.