jueves, 4 de noviembre de 2004

VOCACIONES

Me recibe en la puerta, siempre con prisas. Y cada vez me maravillo al ver tanta vitalidad en una mujer de setenta y tantos años, los tantos muy largos. Ancha que no gorda, más bien bajita. Con esas formas rudas de las campesinas de antaño.
Contrasta su piel sonrosada, de un blanco suave y delicado. Ojos pequeños azul cielo que se mueven inquietos sin perder detalle.
No le cuadra el hábito. Siempre con las mangas arremangadas y mil bolsillos en un delantal imposible. Anda más encorvada que la última vez que la vi, pero su paso sigue siendo más rápido que el mío. Me cuesta seguirla por el laberinto de pasillos del convento.
Auxiliadora, que así se llama, me conduce hasta “su sala”, un estancia bien iluminada, alegre dentro de lo que cabe donde se hace cargo de las monjas más ancianas y las más enfermas. Atiendo la urgencia mientras ella me asiste con la habilidad de una enfermera. Sonrío mientras le digo – Hermana, sabes más medicina que yo. He venido por puro trámite porque mi trabajo ya lo hiciste tú.-
Ella protesta pero a media voz. Descubro una sonrisa entre vergonzosa y orgullosa.
No lo dije por halagarla, me admira esta mujer.-Hubieras sido un gran médico hermana-
A penas le digo, Auxiliadora gesticula negando-…No no… ¿que dices? Mi madre a penas tenía para comer, ¿cómo estudiar nada?-
-Vale, pero qué gran médico hubieras sido y no me digas que no. Yo se lo que veo- En mi mente el recuerdo de Auxiliadora cargando a una hermana dos veces mas grande que ella para aliviar unas llagas de decúbito. Auxiliadora rehabilitando articulaciones artrósicas. Auxiliadora … que bien le viene el nombre.
Se para a medio pasillo y me dice- Te cuento una anécdota. Cuando era chica a mi me daba todo mucho asco. Mi madre iba a casa de una vecina a lavarle las llagas en los pies. Era diabética ¿sabes?. Mi madre estaba enferma y un día me mandó a mi. Yo le dije que no, que ni soñarlo. Y sabes que hizo? Me dio un coscorrón… si, si, me atizó.-
Parada en jarras delante de mí, con un deje de rebeldía en su cara, esa mujer me estaba explicando como nació una vocación. La suya.
-Me agarró de las orejas y me llevó. No sabes cuando vi aquello. Salí corriendo, y mi madre detrás. Me arrastró hasta aquella habitación y me explicó cómo curarle sin hacerle daño.
-Pon el barreño bajo, me decía, y deja caer el agua sin tocar la pierna hasta que salga clara. Yo miraba el barreño sin atreverme a mirar la llaga, pero oía a la mujer llorar. Al final levanté la mirada y cuando acabé, ella me besó las manos. Aquel barreño cambió mi vida-
La he mirado sin decirle nada. Recordé mi propio barreño y no le besé las manos, sino su mejilla.
-Jajajaj, que cosas tiene Doctora!- Se sonroja.


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