Su figura anacrónica parecía sacada de las calles embarradas de un Londres medieval. Envuelto en harapos de indescriptible color, arrastraba con paso cansino su destartalado carro, sus barbas canosas y su mugre. Caminaba despacio observando a la gente con sonrisa burlona. Se detuvo en una esquina, era día de mercadillo y las señoras cargadas con bolsas aprovechaban para hablar con sus vecinas.
-¿Sabes que la niña de la Pepa se le casa? Así... de repente.- Una mujer de voz aguda y panza de escudero dirigía la cháchara cual director su batuta. El resto del corrillo se deshacía en gestos cómplices que sobreentendían más allá de lo dicho.
¡El Buhonero!- Canturreó a pleno pulmón. Con una agilidad sorprendente para quien lo viera andar, se dobló en cómica reverencia hacia el grupo.- Compro trastos viejos, cosas usadas. ¿Una silla rota? ¿Un zapato sin suela? ¿Tal vez un paraguas torcido?
Las mujeres habían callado y sus caras dibujaban la incredulidad y la sorpresa. En más de una además, se leía la aprensión. Como una piña tendieron a agruparse buscando protección en el grupo. La señora que estaba hablando, tal vez por osadía, tal vez por chulería se rió con desparpajo- ¿Y para qué vas a querer tú nada viejo? ¿No te basta contigo mismo?
El resto de mujeres cacarearon en risotadas y comentarios parecidos envalentonadas por un primer quite. El viejo, sin inmutarse, continuó con su sonrisa sardónica que más vertía en su mirada que por su boca. - Mejor dame los años viejos a mi, que a ti ya te sobran- Con hábil cabriola se acercó a la mujer quien con gesto despechado se alejó ofendida seguida por el resto de gallinas cluecas.
Sentado en el bordillo de un patio, un mocoso de rodillas peladas y manos sucias miraba divertido la escena. No tendría más de diez años. El bocadillo a mitad comer y unas libretas medio deshojadas en la mochila hablaban de pellas en la escuela.
El buhonero olvidó a las mujeres y ensanchó su sonrisa mientras sacaba una moneda de su bolsillo. La hizo pasar por entre los dedos de sus manos para hacerla desaparecer detrás de su oreja. La risa infantil tintineó enmarcada en hoyuelos asimétricos. El viejo se acercó a él atrapando una moneda invisible en el cuello de su camisa. Lentamente abrió el puño y allí estaba.
-¿Cómo lo haces?- Sus grandes ojos negros brillaban por encima de unas oscuras ojeras. Su piel pálida apenas sonrosaba en unas mejillas pecosas pero algo vacías.
-Magia... Y práctica, a qué negarlo- El hombre había reparado en el aspecto enfermizo del pequeño. Con extremo cuidado le cogió la barbilla observándole sin pudor. Alzó sus pobladas cejas en gesto inquisitivo- ¿No deberías estar en la escuela?.-Preguntó.
El niño no esquivó su mirada pero calló. Calló como se callan las penas. Quienes vieran al viejo y al niño podrían pensar en un silencio. Pero sólo ellos dos supieron de preguntas y respuestas. El tiempo se detuvo a su alrededor y no mediaron palabras.
-Entonces ¿tú compras cosas viejas y rotas?- La pregunta rompió el sortilegio y devolvió realidad a la imagen.
-Si, claro-respondió.
-¿Y que haces con ellas?-
-Pues las reparo, claro. ¿Para qué las querría sino?-el buhonero devolvió a su mirada el tinte burlón- ¿A caso tienes algo que venderme? ¿Qué podrías tener tú viejo y roto?
El niño le miró en silencio.
- Un sueño.-Contestó- Un sueño roto que tengo desde pequeño.
El buhonero soltó una carcajada. ¿Desde pequeño?-Pensó- ¿Y cuantos siglos debía hacer de eso?
-Bueno, tienes razón- Por primera vez el niño bajó sus ojos- ¿Para qué querrías un sueño tonto y roto? Total... los sueños no se arreglan. Te lo doy, a lo mejor a ti te sirve.- Dió una patada furiosa a una botella vacía.
El viejo buhonero desarmó su risa pieza por pieza-Me lo regalas, ¿porqué?-
Silencio.
-Es la primera vez que nadie me regala nada- Inmóvil frente al niño, el viejo parecía perplejo y conmovido.- Ven.- Le dijo.
Cogió al niño de la mano y le acercó a su carro. En una de las esquinas sobresalía un brillante baúl de caoba.
- ¿Ves? es el baúl de los sueños rotos. La gente los tira porque pesan, los esconde porque molestan, los niega porque duelen. Yo los recojo y reparo. Pego sus trozos con resina de esperanza. Es trabajoso ¿sabes? a veces los pedazos son muy pequeños, casi tanto como tú. Las esquinas son cortantes como filos y hay que tener cuidado en no lastimarse. Por eso nadie quiere los sueños rotos.
Se agachó hasta ponerse a la altura de la mirada del niño.- Pero tú... tú me lo has regalado.
Viejo y niño se miraron.
-Hagamos un pacto. Tú me regalas tu sueño roto y a cambio yo te doy resina de esperanza.-
-Pero dime, ¿para qué quiero esperanza si ya no tengo el sueño roto?-
El viejo buhonero acarició el cabello alborotado del pequeño.
- Para que nunca dejes de soñar mi niño.
El baul de los sueños rotos II. La ciénaga de las penas.
El baul de los sueños rotos III. La tregua.
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