
Lucho, lucho hasta cubrir con mi piel las piedras del camino, tapizando con musgo de esfuerzo el marjal de una vida. Siempre hacia delante, siempre sin tregua, sin el derecho del mendigo a pedir compasión u olvido. Quiebro en el pecho los golpes del viento, con los ojos desiertos de lágrimas, huérfana la boca de voz, y la voz proscrita al silencio.
Triste destierro.
Y siento, siento indefensa ráfagas suplicantes que arrancan mi tiempo, descarnando los huesos de alivio, alivio temporal de una carne falible. Esa humanidad que me hace imperfecta no comprende de tormentas. Pero no importa, no puede importarme; mis manos pequeñas, impotentes lamentos, cargan el peso de un mundo.
Soy Atlas.
Un paso más, otro más desnuda de fuerzas. El último jirón de mi piel pende de un corazón apaciguado que no late en mi pecho.